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11 de agosto de 2020 12:10

Lloa, de pueblo fantasma a imán

En el centro de Lloa está la iglesia y el parque. Ocho restaurantes sí abren

En el centro de Lloa está la iglesia y el parque. Ocho restaurantes sí abren. Foto: Cortesía Junta Parroquial de Lloa

Betty Beltrán

Contentos, pero al mismo tiempo temerosos. Así andan los vecinos de la parroquia Lloa por la llegada de turistas a su terruño, que se acrecienta los fines de semana. Esta zona, una de las que menos personas con covid-19 registra (siete hasta ayer).


Durante los primeros meses de la pandemia sus calles lucían desoladas y en cierta forma eso tranquilizaba a la población, pero desde que el cantón Quito pasó a semáforo amarillo un cambio se notó en este pueblo del suroccidente.

Todos los fines de semana, desde el viernes hasta el domingo, las calles adoquinadas se llenan de visitantes, asegura Enrique González, presidente del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) del sector. Así que enseguidita activó los perifoneos para recordar a la gente las normas de bioseguridad.

Y no se cansa de hacerlo. Es que, como dice González, “se ve gente de la ciudad que no acata las disposiciones de salubridad y se la ve sin mascarilla, el distanciamiento les vale, la aglomeración es recurrente y todo eso asusta y preocupa”.

Son hartos los que van, más o menos 4 000 personas entre viernes y domingo. Antes de la pandemia llegaban a unas 6 000 personas por el tema de la feria, algo que no está activo por el momento, acota el funcionario parroquial.

La gente va para desestresarse y tomar aire puro, pero también porque se han habilitado los locales de carne, leche y queso; y últimamente los de legumbres. Nancy Quillupangui, comerciante de la Asociación Virgen de El Cinto, se apuró sacando sus productos del campo a la puerta de su casa para ofertarlos.

Antes, durante el semáforo rojo, se limitó a hacer entregas a domicilio, pero con los turistas que van y vienen por las calles del pueblo pensó en sacar un puesto; también vende leche y quesos y al día saca unos USD 30. “Ya es algo para vivir”, comenta.

Pero no deja de preocuparse por posibles contagios, pese a que, dice, “cumplimos todas las normas de bioseguridad”. Ella no se desprende de su traje tipo astronauta, mascarilla, visor, guantes.

Y en la entrada coloca una bandeja con cloro para que los clientes desinfecten sus zapatos. También están pintadas las señales de distanciamiento físico para que los caseritos no se aglomeren o se atufen.

Aun con todo eso, Nancy se encomienda a sus santos para que no le pase nada, tampoco a su familia: “no vaya a ser que con tanto turista en el poblado se disparen los casos covid-19”.

Esa misma preocupación tiene el Presidente del GAD y pide ayuda a las autoridades para poner más control, sobre todo en los puntos de más visitas; por ejemplo, centro poblado, Las Palmas, Chilcapamba… La gente también va al Guagua y al Ruco Pichincha, y a los lugares de pesca como Las Acacias, río de El Cinto…

Y como hay harto espacio verde la gente lleva su cucayo para servirse el almuerzo, aunque en el pueblo están habilitados ocho de sus 12 restaurantes, siempre con el 30% de aforo.

Dicho esto, el Presidente dice a los turistas que vayan nomás a su pueblo, pero tomando conciencia y guardando las medidas de seguridad, no serán malitos. Y antes de marcharse con confianza, los católicos entren en la iglesia y pidan para que este virus se vaya.

El párroco de Lloa, Darío Arévalo, apela a lo mismo. Y agrega que los perifoneos seguirán activos para recordar, por si las moscas, los tres pasos básicos para salvar la vida: mascarilla, lavado de manos y distanciamiento social. Oirán, harán caso.