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4 de agosto de 2017 11:19

Viaja de Quito a Guaranda solo para visitar las tumbas de su familia 

Sandra Quinaloa (primera de la izquierda) junto con sus hermanas y amigos. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Sandra Quinaloa (primera de la izquierda) junto con sus hermanas y amigos. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Redacción Últimas Noticias

Un mes después de la muerte de su esposo y de su hija, Sandra Quinaloa no encuentra consuelo. Vive un infierno y sus tres hermanas mayores no saben qué más decirle para aplacar ese infinito dolor.

Aquel lunes 3 de julio, a las 08:55, la mujer de 38 años salió, junto con su familia, a la calle Palenque (cerca del Epiclachima) y mientras caminaban sintieron un golpe mortal: un Toyota Prius los atropelló.

Tras el accidente falleció de contado Pablo Vayas, de 40 años; y un día después Anshy Vayas, de 14 años. Sandra tuvo golpes, al igual que el vecino Marco Antonio Bermeo, de 45 años.

Nely Quinaloa, la hermana de Sandra, cuenta las horas aciagas que tuvieron que pasar. Con el dolor fresco, Sandra tuvo que sacar el cuerpo de su esposo de la morgue y trasladarlo hasta Guaranda; allí se tenía pensado hacer el entierro.

Y cuando la esposa, deshecha, llegó a Guaranda, por las mismas tuvo que volver porque su hija había empeorada. Lamentablemente no alcanzó a verla con vida, pues cuando llegó a Quito, su pequeña ya estaba en el ataúd. No aguantó las heridas sufridas.

Sandra quedó acabada, así lo resume. Para paliar en algo su dolor, sus tres hermanas mayores le ayudaron a cambiarse de departamento: del C al F. Las cosas de su esposo e hija se fueron con ella. No quiere deshacerse de ellas; todo, hasta el mínimo detalle, está guardado en cajas, agrega su hermana Nely.

Tampoco se desprende de la mascota de su pequeña Anshy: un perrito de nombre Oso o José. Esa es su única compañía. Pero aún así, ha caído en una depresión tan fuerte que las hermanas ya no tienen palabras para calmar su dolor.

Cuando le coge esas crisis enormes, Sandra se vuela al cementerio de Guaranda, a ver a su esposo y a su hija. Al siguiente día, cuando retorna a Quito, cuenta a sus hermanas que frente a la tumba de sus amores no escucha nada: “No me conversan, no me preguntan cómo estoy”.

Ante esa angustia, Sandra suele decir a sus hermanas que lo mejor que le hubiera pasado es que también ella subiera al cielo. Solo así le agradecería a la persona que le quitó la vida a su pequeña familia, a su Pablo y a su Anshy.