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7 de enero de 2020 09:38

Abuelitos jugaban con fréjoles

Eduardo Peralta, con el libro Lúdica y juegos con el fréjol. También hay un tablero de uno de los juegos. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Eduardo Peralta, con el libro Lúdica y juegos con el fréjol. También hay un tablero de uno de los juegos. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Alce la mano quien jugó, en su niñez, con fréjoles. Con seguridad, solo lo harán quienes sobrepasan los 60 años, pues ese entretenimiento estuvo de moda entre 1930 y 1980.

El dato lo cuenta Eduardo Peralta, exinvestigador del Iniap y uno de los tres autores del libro ‘Lúdica y juegos con el fréjol en Ecuador, Perú y Bolivia’. Los otros dos son sus hermanos Francisco y Hernán.

El ejemplar de 213 páginas, de reciente edición, da cuenta del uso detallado de cuatro especies de esa leguminosa en juegos populares en el mundo rural de los Andes de los tres países.

Este proyecto nació en el 2016 cuando don Eduardo visitó, junto con una antropóloga canadiense, hogares afroecuatorianos del valle del Chota (Carchi) e indígenas de Alambuela y Cotacachi (Imbabura) para degustar platos típicos elaborados con fréjol. Allí escuchó que ese alimento también servía para aprender matemáticas y jugar.

Así fue como comenzó a reunir testimonios de personas que se divirtieron con esas ‘tortas’, como le llaman también al fréjol; luego vinieron las canicas, los juguetes de madera, de plástico y los electrónicos.

En Ecuador se jugó con fréjoles en las 10 provincias serranas; no se encontraron evidencia en la Costa ni en la Amazonía. Y la provincia más floreciente para esta práctica fue Imbabura, quizá porque -como asegura don Eduardo- allí hubo la mayor diversidad de tipos de fréjoles, incluso variabilidad genética: por colores, por brillos, por tamaños…

En Imbabura se han retomado estos juegos. Foto: archivo / ÚN

En Imbabura se han retomado estos juegos. Foto: archivo / ÚN

Es tan arraigado ese juego por esos lares que, hasta el sol de hoy, aún se lo practica; por ejemplo, en Atuntaqui, Cotacachi y Otavalo esta actividad cobra fuerza alrededor de la Fiesta de la Cruz, cada 3 de mayo.

La Asociación de Jóvenes Kichwas de Imbabura trata de recuperar y promociona, desde hace 10 años, esta actividad lúdica. Incluso, hace lo posible por conservar la agrobiodiversidad de estas leguminosas. De ahí que se está trabajando para declarar al juego patrimonio inmaterial del país.

Y ¿qué pasa en Pichincha? Se obtuvo información de que se jugaba en Cayambe, San José de Minas, Ayora, Machachi y Quito; y en cada uno de esos puntos se recuperaron seis juegos: bomba, trikis-trakas, pica, chiribito, perinola y tortas.

El más jugado en las distintas provincias fue la bomba, el cual consiste en hacer un círculo de unos 40 a 50 cm de diámetro, colocar dentro los fréjoles y luego, de cierta distancia, los van sacando a golpes con un pedazo de piedra plano o teja, un ‘sucre’ o arandela.

La persona con más semillas era el ganador; había una tabla de trueque o acuerdos. En Cañar un fréjol rojo con negro equivalía a 50 pares de las tortas comunes, o una torta de grano grande valía por 10 o 30 fréjoles comunes.

Don Eduardo asegura que, según las entrevistas, algunos niños que jugaban hacían de las tortas un negocio, pues vendían a sus compañeros y tenían para su colación. En otros puntos, después del juego reunían las leguminosas comestibles y las llevaban a sus casas para la comida.

El libro está a la venta en el Jardín Botánico de Quito, Librería Española y Tecnilibro. Y con un ejemplar en sus manos seguro le volverá a la memoria aquellos años de juegos sencillos, llenos de fréjoles en sus bolsillos o en el morral.