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14 de febrero de 2019 09:43

Ama, la mimada de los ‘langarotes’

Kevin Bravo con la consentida Ama. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Kevin Bravo con la consentida Ama. Fotos: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Como quien no quiere nada, una perrita mestiza se acurrucó en la puerta de entrada del taller de los ‘langarotes’ de Chiriyacu (calles Alamor y Rafael Arteta).

Los trabajadores del lugar la miraron y pasaron de largo; al segundo día, se detuvieron y le dieron un pan. Al tercero, la llevaron adentro y la adoptaron.

Su mirada triste y su aspecto desnutrido les rompió a todos el alma. Por unanimidad le pusieron el nombre de Ama; hay dos razones para ello: en honor a la mitad del nombre de la secretaria del taller, Ama-lia, y porque “nos ama a los 28 técnicos especialistas del taller”, comenta Kevin Bravo, jefe del lugar.

Desde el primer día que entró, la mascota se hizo querer. Tanto que cuatro años después es la mimadísima del lugar: tiene rica comida, buena ropa y hasta pasea en los langarotes.

Ama no come pepas como la mayoría de mascotas, solo acepta comida de restaurante. Por eso, Kevin paga USD 10 al mes a la señora del salón donde almuerza su personal, para que recoja los huesos carnudos que dejan sus comensales y alimentar a la mascota.

La perrita se pasea nomás por los talleres de Chiriyacu.

La perrita se pasea nomás por los talleres de Chiriyacu.

De la ropa, ni qué guagua, tiene vestidos de varios colores y modelos. La secretaria del taller los guarda y en época de frío y de Navidad le hace lucir. Esos momentos son festejados por todos sus 28 dueños.

Es más, los fines de semana alguno de los técnicos especialistas la llevan a su casa. El viernes la suben en el carro y la retornan el lunes… “Es una perrita con suerte, si todos harían lo mismo tendríamos una fauna urbana con mejor calidad de vida”, acota Kevin.

Respecto de los paseos, todos saben que Ama se vuelve loca cuando le abren la puerta de un ‘langarote’, porque se lanza de una y ladra para que le lleven
de paseo. En esos buses solo le dan una minivuelta dentro del taller, pero en la unidad móvil de los auxilios técnicos en la vía sí la sacan a la calle. Y va feliz moviendo la colita.

Todos la malcrían, pero Kevin un poquito más. Hasta un espacio para dormir la siesta le puso junto a su escritorio. A los visitantes que llegan a hablar con el jefe, les mete unos ladridos que dan susto. ­Solo se calma cuando su amo le dice: “Silencio, Ama, silencio”.

Los 28 técnicos que se encargan de los buses articulados la cuidan.

Los 28 técnicos que se encargan de los buses articulados la cuidan.

Quien la viera hoy no la reconocería, llegó al taller flaquita y sarnosa. Una vez dentro, lo primero que hicieron fue bañarla y llevarla al veterinario. Antes, hicieron vaca y recogieron USD 15; con ese dinero la desparasitaron y hasta el pelo le cortaron. En una segunda visita al veterinario, la esterilizaron; en la tercera, la vacunaron.

Además del espacio para pegarse sus siestas, Ama tiene su casa que fue obra de los muchachos del taller, porque su sentido de solidaridad está muy potenciado. Es más, han hecho más casas para que la gente que las necesite se acerque al taller y se las lleven. Las hacen de las cajas en donde vienen los repuestos para arreglar a los ‘langarotes’.

Hará unos meses, al taller llegó otra perrita sin dueño. Le pusieron Lía, la segunda parte del nombre de la secretaria: Ama-Lía. Y se lleva ‘súper’ con la mimada del taller, pero eso sí sus espacios se respetan: Ama pasa con los técnicos especialistas y Lía, con los guardias.

Lo que sí comparten es la comida: a las 15:00, uno de los chicos del taller, el que esté de semanero, se va al salón y trae la comida que la dueña del local juntó durante todo el día.

La historia de Lía es similar a la de Ama; llegó un día y al tercero la metieron al taller. Pero esta segunda perrita es tímida y ni loca pasa a la parte del taller, porque se asusta con los sonidos fuertes. Además, la ‘dueña y señora’ de ese reducto es Ama.