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21 de marzo de 2019 10:16

Un bachillerato con manos a la tierra

Estudiantes en una clase en los terrenos del colegio. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Estudiantes en una clase en los terrenos del colegio. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Ana Guerrero
(I)

Aprender haciendo. Este es el lema que, con azadón en mano, se aplica en el Colegio Técnico Agropecuario Eduardo Salazar Gómez. La institución de Pifo es la única con este tipo de bachillerato en Quito, y camina para el medio siglo de trayectoria.

Preparación del terreno para el cultivo de acelgas, plantas medicinales, quinua, maíz y más es parte de los conocimientos básicos. Por eso, en la lista de útiles escolares, de cajón, va un azadón y piola para delimitar el terreno.

Otra especialidad es el manejo y crianza de animales menores, como cuyes, conejos, patos y cerdos. Y los estudiantes están filitos a la hora de alistar los alimentos.

El colegio nació con la vocación agropecuaria, en 1972. Luego se implementó el bachillerato en Ciencias. Sin embargo, el fuerte continúa siendo el aprendizaje en la mismísima tierra. Para luego de graduarse, abrieron el bachillerato técnico productivo con especialidad en lácteos. Claro que todos reciben las materias del denominado tronco común, como Física, Química y Matemática.

Gran parte de los estudiantes que optan por el bachillerato agropecuario viene de familias ligadas a la producción de la tierra, señala Ruth Toaquiza, la vicerrectora de la sección matutina, en la que se ofrece esta opción.


En las tres jornadas que tiene el plantel hay 1 330 estudiantes. De estos, de la oferta agropecuaria están 66 en primero; en segundo, 52 y en tercero, 49.

En segundo está Carolina Tandalla, de 16 años. “Desde pequeña aprendí a trabajar la tierra”, afirma. Ahora ha perfeccionado conocimientos. Cuenta que todo lo que producen es orgánico.

No solo los estudiantes tienen tradición en la tierra, también los profes. Ramiro Toapanta es oriundo de Latacunga y el encargado de dejar papelito a los estudiantes tanto en cultivos de ciclo corto como en los perennes (medicinales y más).

Y tal prestigio ha ganado el plantel en la formación agropecuaria que llegan estudiantes hasta de Ibarra.

Belén Torres, de 19 años, es una de las que se dio el viaje. Siempre le ha gustado la carrera y también desde guagua ya le entraba al cuidado de animales y a la preparación de quesos, pues su padre tiene vacas lecheras.

Belén se vino a Quito solita. Eso sí, siempre ha tenido el apoyo de su familia. Ya terminó el bachillerato agropecuario y está capacitándose en el técnico productivo.

En la institución, explica David Núñez, coordinador del área técnica, 120 metros cuadrados están dedicados a derivados de la leche. En el área todo está impecable y tanto estudiantes como docentes visten de blanco y usan mascarillas. A todo el que ingresa le dan una gorra, como si entrara a un quirófano.

A la especialidad también se lanzó Esteban Maldonado, de 18 años. Al igual que su compañera, él creció en contacto con la tierra, pues su progenitor siempre trabajó en haciendas y lo llevaba. Es oriundo de Píntag y está convencido de que ambos bachilleratos técnicos les abren más puertas tanto en las universidades como en el campo laboral. El joven le apunta a estudiar ingeniería en alimentos o veterinaria.

Una de las profes es Alexandra Cevallos, docente de matemáticas y lácteos. Ella hizo la tesis de la carrera de ingeniería en alimentos en el plantel y volvió para quedarse. Cuenta que en la especialidad de lácteos semanalmente trabajan con 200 litros de leche.

Toda la producción, con la garantía del Colegio Eduardo Salazar Gómez, incluidos los cuyes listos para meterles el diente, se vende puertas adentro y a algunos vecinos. Si quiere hacer el gasto, vaya nomás, el plantel queda en las calles José Delgado y Alfredo Gangotena.