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27 de febrero de 2019 09:37

Bandas de pueblo con partitura

Rocío Pachacama (i) y los estudiantes que le apuntan a  mantener la rica tradición musical de las bandas de pueblo, posan en la Administración La Delicia. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Rocío Pachacama (centro) y los estudiantes que le apuntan a mantener la rica tradición musical de las bandas de pueblo, posan en la Administración La Delicia. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Llegan cargando su instrumento y jadeando. Es que casi siempre se atrasan a su clase de música de todos los miércoles, a partir de las 17:00, en el auditorio de la Administración Zonal La Delicia (por Cotocollao). Solo los más guagüitos están puntuales.

De todas formas, a eso de las 17:30, los 22 alumnos de entre 9 y 65 años, ya están con los ojos puestos sobre Rocío Pachacama, instructora de la Unidad de Bandas Parroquiales de la Secretaría Metropolitana de Cultura. La joven les enseña los toques y los secretos de las bandas de pueblo para formarlos como músicos populares.

Son bien aplicados; la mayoría forma parte de siete agrupaciones rurales de los sectores de Cotocollao, El Condado, Uyachul, Pomasqui, San Antonio de Pichincha, Calacalí…

Durante dos horas aprenden lo que es teoría musical, a leer partituras, a interpretar el instrumento y a tener práctica. Van de lo práctico a lo teórico o al revés, y eso hace que aumente la calidad interpretativa de los alumnos que tratan que esta tradición se mantenga.

La banda de pueblo es un patrimonio intangible del Distrito Metropolitano de Quito. Según un registro de hace dos años existían 250 agrupaciones, pero en la actualidad ese número debió duplicarse, según Rocío. La razón, la competencia.

Luis Quishpe, de la banda Rumba Caleña de Calacalí, es el alumno más adulto del grupo de avanzados. A sus 65 años cuenta que su agrupación nació en 1945 y hoy toca el saxo junto con sus hijos; en total son 12 integrantes.

Admite que la crisis les tocó fuerte: “Antes teníamos mucha pegada, pero con los discos móviles y la proliferación de bandas de pueblos el negocio está de capa caída”. Si antes tocaba de 10:00 a 22:00, hoy a duras penas trabaja cuatro horas cuando le contratan para la pasada de un santo.

¿Bautizos o matrimonios? Muy pocos, cuenta don Luis. Desde mayo hasta octubre tiene contratos cada 15 días o tres al mes. Pasada esa época sí vienen las vacas flacas, solo tienen contratos puntuales en diciembre y en Carnaval. Cuando le preguntan cuál es el mes más pobre, don Luis se rasca la cabeza y responde: marzo y abril. Y ¿la mata? Diciembre.

Y ¿cuál es el repertorio? Pura música nacional, jamás reguetón porque no sale bien en conjunto, dice el músico popular. Lo que sí le sale lindo son las tonadas, los pasacalles, los sanjuanitos y las bombas. El Píllaro Viejo y la María Chunchún son los temas infaltables.

Ahora, con las clases de la profe Rocío, don Luis y todos sus compañeros de aula forman parte de otro grupo de banda de pueblo: Asociación de Bandas del Noroccidente (Asoban). Hace poco se bautizaron, fue en el Desfile de La Confraternidad del sur, después en el Pase del Niño de Cotocollao.

Este proyecto de enseñar a los músicos de las bandas de pueblo tiene 30 años, pero descontinuado. Lo más feo: no se dio la importancia que tiene, porque se trabaja con la ruralidad y hay que mantenerlo pese a los discos móviles o a la bola de bandas de pueblo.

Así que todos los alumnos hacen puñete para seguir en su empeño de ser los mejores en su rama y, pese a sus trabajos alternativos, no llegar tarde a las clases. Porque, ellos lo saben, con más tiempo en aula en un dos por tres estarán leyendo las partituras.