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20 de abril de 2020 14:52

Bitácora de un día de abastecimiento

Gente hace fila afuera de  un supermercado

Gente hace fila afuera de un supermercado. Foto: ÚN

Redacción Últimas Noticias

Día 32 de confinamiento. Se acabaron las raciones alimenticias y es necesario hacer una incursión para abastecer al pelotón familiar. Hay que alistarse, entonces, para salir a hacer compras en un centro comercial del norte.

08:00. El enemigo está en las calles: el covid-19. Es invisible, pero puede ser letal. Hasta el mediodía de ayer, llevábamos en el país 403 bajas, 43 solo en las filas de Pichincha.

Antes de poner un pie en la calle, hay que protegerse las manos con guantes, el pelo con un gorro, la nariz y la boca con una mascarilla, y los ojos con gafas. Hay que salir armado hasta los dientes con alcohol o gel.

Es triste lo que pasa afuera. La restricción vehicular es violada en cada esquina. Vías y parqueaderos llenos.

08:10. Dentro del centro comercial, la gente hace una fila que parece interminable. En la tercera planta, hay no menos de 400 personas. Como una serpiente, cada dos metros, las personas hacen giros entre los corredores y ascensores, respetando unas marcas en el piso. Nadie habla. Las personas se miran de reojo.

Por el altoparlante, cada tres minutos una voz recomienda que quien no esté esperando hacer compras o retirar dinero, debe abandonar el recinto. Tanta espera genera tensión.

09:45: “Señor guardia, haga el favor de decirle al señor del parlante que deje de repetir ese mensaje. Ya estamos cansados”, dice una señora. Otra, se encarga de recriminar a las personas que no se dan cuenta que la fila avanzó. “¡No esté elevada quiero irme”, grita sin que nadie le responda.

09:55: llega el turno de entrar. Casi toda la tropa es joven. Una mujer de más de 70 años, con bastón en mano, pide entrar sin hacer fila. Pese a las quejas, alguien le cede el lugar y la anciana, con una mascarilla de tela que no la protege ni del viento, agradece y trata de justificar su incursión: “No tengo quién me ayude”.

A la entrada, dos personas desinfectan de lado y lado a los visitantes. Adentro, ese silencio propio de la guerra genera una paz incómoda. Los coches se mueven lento. Es un mundo con caras asustadas y sin niños. No hay contacto ni con cajeros.

11:30: Las personas llevan fundas que llenan hasta tres coches. Y la abuelita encorvada sale a paso lento con dos fundas en sus manos y se las entrega a su esposo con un mensaje: “Ya tenemos para la sopita”.