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21 de febrero de 2018 09:38

La Casa de Espejo, sin pompa

En la Casa del Mesón habitan seis familias. Es una casa de arriendo. Foto: Ana Guerrero / ÚN

En la Casa del Mesón habitan seis familias. Es una casa de arriendo. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Redacción Últimas Noticias
(I)

Tres personas tendidas en el suelo, adormecidas por el consumo de drogas, es la primera imagen en el umbral de la Casa del Mesón, la de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, el prócer de la independencia que este 21 de febrero del 2018 cumpliría 271 años.

El predio patrimonial, unos metros al sur de la plaza de Santo Domingo, no es un museo ni un sitio para rendir honores a uno de los precursores de la libertad. El único distintivo es una placa en la fachada del predio S1-70.

Esa especie de epitafio proclama: “En esta casa vivió y murió el precursor de la independencia americana, el doctor Don Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo 1747-1795. Homenaje del Concejo Municipal de Quito- Mayo de 1974”.

La casa la adquirió Luis Espejo, padre del médico y escritor, en una subasta. Madrugó a la Plaza Grande, pues antes así era como se compraban las propiedades, poniéndose pelo a pelo con otros interesados.

Reza el texto de Marco Chiriboga Villaquirán (+), ‘Vida, pasión y muerte de Eugenio Francisco Javier de Santa Cruz y Espejo’, que el día de la subasta Luis Espejo abrió un cofre y sacó las monedas que ahorró con las consultas médicas.

En la subasta, en la que según el relato estaba el prócer, se hicieron dos ofertas y la tercera fue del padre de Espejo: 1 100 pesos. El pregonero encargado de anunciar los montos se la hizo dura, pues repitió varias veces “a las dos y a las…”.

Finalmente, los Espejo se quedaron con la casa. Había un ritual para hacer el traspaso y no en una notaría o el registro de la propiedad: tenía que proclamarse el nombre del dueño en cada espacio de la vivienda.

El hogar de los Espejo, donde el investigador y médico murió, ahora es una vecindad donde viven seis familias. A la cabeza de una de ellas está Vinicio Inaquiza. Él llegó junto con sus dos hijos hace dos años. Por un departamento, en la primera planta paga USD 180.

Una escalera en la morada del hombre conduce hasta lo que los inquilinos creían que eran tumbas, y hasta había rumores de la existencia de espíritus.

Sin embargo, Rina Artieda, de la Cofradía de los Duendes (grupo dedicado a la investigación y discusión de la historia y la cultura), explica que se tratan de arquerías, usadas como soportes en las construcciones antiguas.

La casa tiene dos plantas y tres patios. En el tercero, hay escombros arrumados y dos jaulas con conejos. Esa parte no está habitada y sirve más como un tendedero.
Inaquiza, quien tiene la llave original del ingreso, cuenta que la casa es de herederos y hasta ahí sabe la historia. Suele haber una persona encargada de cobrar los arriendos.

Lo que es fijo es que la casa que guarda la memoria del prócer poco se recuerda o, como está alquilada, su acceso no es así nomás. Un grupo de interesados por la historia la visitaron el sábado pasado, como parte de las iniciativas de la Cofradía de los Duendes, cuyo “duende mayor” es Eugenio Espejo. La llegada a la casa fue parte de un recorrido para recordar su papel en la historia.

Al consultar sobre el estado de la casa a la directora del Instituto Metropolitano de Patrimonio, Angélica Arias, mencionó que gran parte de las viviendas de la av. Maldonado tiene la misma problemática: está en manos de herederos, algunos incluso en el extranjero y no se ocupan del mantenimiento. Y eso que hay planes con los que el Municipio ayuda para la conservación.

Y así como la casa de Espejo no tiene mayor reconocimiento, lo mismo ocurre con la tumba del médico, que se encuentra en la capilla de San José, en El Tejar. Él pidió ser sepultado en el sitio, donde hermanos franciscanos son sus custodios.