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30 de noviembre de 2017 07:53

El chulla que nos heredó la fiesta quiteña

Cesitar Larrea, quien fuera jefe de ÚLTIMAS NOTICIAS, falleció a los 97 años. Entre sus grandes contribuciones está el origen de lo que hoy son las fiestas de Quito. Foto: Archivo / ÚN

Cesitar Larrea, quien fuera jefe de ÚLTIMAS NOTICIAS, falleció a los 97 años. Entre sus grandes contribuciones está el origen de lo que hoy son las fiestas de Quito. Foto: Archivo / ÚN

Betty Beltrán
Ana Guerrero

Con 97 años cumplidos, don César Larrea se nos fue. Él, como ningún otro, fue el chulla más chulla de Quito; no en vano fue uno de los precursores de la fiesta capitalina, esa celebración que empezó con un albazo, una serenata, y que se transformó en el actual festival gigantesco que, precisamente, en estos días nos congrega para celebrar a la ciudad que tanto amó don Cesitar.

Era un sábado 5 de diciembre de 1959 cuando nació la fiesta de la ciudad. Todo surgió cuando don César, entonces director del vespertino ÚLTIMAS NOTICIAS, se puso a jugar un 40 y, junto al periodista Luis Banderas y el dúo Benítez y Valencia, se prendió aquella idea.

A través de las páginas del vespertino, convocó a los quiteños a celebrar a la ciudad con una serenata. Al siguiente año, volvieron a hacerlo, ya con más experiencia. Y la fiesta fue creciendo.

Aunque no fue buen bailador, sí tenía un formidable espíritu quiteño, alegre, jovial. Era dicharachero. De ahí que Carlos Jaramillo, exdirector de ÚLTIMAS, piensa que “desde el cielo estará viendo las fiestas y gritando: ¡Viva Quito!”.

Buena parte de sus espacios periodísticos y desvelos los dedicaba a Quito. Él le dio al ÚLTIMAS ese aire de quiteñidad, recuerda Jaramillo.

Permaneció en la empresa EL COMERCIO desde 1937 hasta 1984. Creció desde abajo. Comenzó como mensajero; y acuñó el mote de ‘Canelazo’, porque era muy frecuente que le enviaran a comprar esa tradicional bebida quiteña.

Con el tiempo, las aguas y su purito esfuerzo obtuvo el título de periodista y escaló alto. Hasta pluma brava fue; era uno de los pocos que ponía unos epígrafes picantes antes de la noticia, rememora Jaramillo, con lo cual le dio ÚLTIMAS un especial toque de sal quiteña.

Sus primeras notas fueron en el espacio de Sociales. En 1953 le nombraron jefe de ÚLTIMAS, cargo en el que estuvo hasta 1968. En esa temporada se dedicó en gran medida a la búsqueda de los problemas de la ciudad y sus soluciones; una preocupación por el bienestar de la ciudad, de donde también nació la idea de la celebración capitalina.

Jorge Ribadeneira, exdirector del Diario, recuerda un episodio con quien fuera su jefe. Don César odiaba el Carnaval, no le gustaba el juego con agua. Jorgito y su esposa, Teresita Carrión, se daban los modos para lanzarle, a escondidas desde terrazas, globos lleno de agua. Cuando Jorgito llegaba a la redaccción del Diario, don César le hacía escribir artículos en contra los “salvajes carnavaleros”...

Anécdotas de un hombre y de una época. Un hombre caballeroso, entregado a su periódico, a su oficio. Tanto que fue miembro fundador de la Asociación Nacional de Periodismo y de la Sociedad Deportiva-Cultural Crack.

Jaramillo dice que como fue un gran quiteño que amó mucho a su ciudad y que hizo mucho por ella, es justo que el Municipio le haga un homenaje. Un homenaje como Dios manda, que hasta le hagan una escultura, pide, para engalanar una esquina de esta urbe a la que amo con alma, corazón y vida.

Él era ‘la voz de los barrios’


Servir a la comunidad en el lugar donde te encuentres”. Con ese lema, practicado una y otra vez, vivió César Larrea, el periodista, la voz de los barrios de Quito.

Por 33 años, el quiteño nacido en el sapo de agua de San Sebastián y huérfano a muy temprana edad, recorrió los rincones carentes de servicios de la capital. Sus crónicas incluso llegaron a marcar el orden del día de las autoridades municipales, recuerda su hijo César Larrea Araujo, a unos metros del ataúd donde descansan los restos de su padre. El cuerpo está siendo velado en Monteolivo.

Por 47 años trabajó en el Grupo EL COMERCIO, incluyendo a Últimas Noticias. Empezó como mensajero y alcanzó hasta un cargo directivo en el medio.
Luego de cumplir su etapa laboral, se convirtió en el “jubilado más ocupado del mundo”. No era solo una frase que repetía, era la pura verdad.

No dejó de escribir, de participar en publicaciones de revistas, libros y otros textos. Por ejemplo, es autor de ‘Memorias de las fiestas de Quito’, que apareció en 1989.

Pero no solo era periodista. César Larrea tenía una gran pasión: su esposa, Fabiola Araujo y sus hijos: además de César Jr., Anita, María Cristina y Susana.

Mientras empiezan a ingresar los allegados a la sala 7 de la funeraria Monteolivo, Anita tiene presente que a su padre jamás le escucharon decir ni un “carajo” y su paciencia era digna de cualquier prueba. Los reprendía dándoles besos, abrazos y diciéndoles que no lo volvieran a hacer.

César Larrea Araujo, en cambio, rememora que solo hubo algo que su padre no les enseñó: “ir a una biblioteca, porque teníamos la biblioteca al lado”.

Cuando los cuatro crecieron y lo visitaban en la casa del barrio Miraflores, relata Susana, era como si llegaran sus “hijos chiquitos”. Ellos coinciden en que tenía un gran amor, dulzura y mucha sal quiteña. Y no se diga su fortaleza, que hasta alcanzó a conocer a su tataranieta.

Cuando fue perdiendo la vista, Anita se encargaba de tomarle el dictado. “Y eso que soy secretaria me ganaba, era como si estuviera leyendo en algún lado”.

Y así, siempre con nuevas ideas, caminó de la mano de su Fabiolita, con quien este diciembre habría cumplido 70 años de matrimonio. Pero su compañera se le adelantó hace apenas un par de meses, en septiembre, y la salud de César Larrea se fue debilitando. Tuvo tres neumonías consecutivas, estuvo hospitalizado y, finalmente, terminó sus días en una casa de cuidados paliativos.

Su hijo está seguro de que su padre tenía claro el momento para partir y que hasta hizo un trato con el de arriba. “Quería que estemos todos”, apunta; cuenta que él y su esposa estaban por viajar al extranjero.

Sus hijos tienen otra certeza: que sus padres ya están juntos, como reza la canción que un día César Larrea le dedicó a Fabiola Araujo, por “Toda una vida”.