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1 de marzo de 2018 09:40

Compañeros hasta para morir

Vecinos de la comunidad se acercan a la vivienda de uno de los jóvenes. Foto: ÚN

Vecinos de la comunidad se acercan a la vivienda de uno de los jóvenes. Foto: ÚN

Lineida Castillo

En vida lo compartieron casi todo, incluso el sueño de llegar a EE.UU. Pero el lunes, la última decisión de embarcarse en el tren de aterrizaje del vuelo XL1438 con destino a Nueva York los separó para siempre.

Luis Chimbo y Marco Pichasaca, de 16 y 17 años, fueron los polizones que murieron al caer del avión de Latam que partió desde el aeropuerto internacional José Joaquín de Olmedo, cuando había superado los 300 metros de altura. Sus cuerpos quedaron sobre la cabecera sur de la pista.

Las casas de estos primos están separadas por menos de 100 metros en la comunidad indígena de Cachi, perteneciente al cantón El Tambo en la provincia de Cañar. Un caserío mal iluminado de casas de adobe y calles angostas de tierra.

A los vecinos y familiares les cuesta creer que estén muertos y que se embarcaron en una riesgosa travesía. Los imaginan ordeñando las vacas o cultivando la tierra, en las noches camino al colegio y los fines de semana jugando fútbol o escuchando rock.

La travesía la emprendieron el pasado domingo. Ordeñaron las cuatro vacas, desayunaron y compartieron juntos hasta las 11:30. En la tarde, María Luz Simbaña les hizo una carrera hasta el centro de El Tambo. Vestían sencillos y con sus mochilas del colegio en sus espaldas.

De allí viajaron a Guayaquil. Ambos tienen hermanos en EE.UU. que les apoyaban en sus planes de migrar. Pero los padres aseguraron que desaparecieron y que desconocían que ese lunes salían del país, cómo iba a ser el viaje y quién los llevaba.

Sin embargo, los Chimbo y Pichasaca no denunciaron las desapariciones de sus hijos ni los buscaron. Los vecinos tampoco se habían percatado de sus ausencias, hasta que se regó la fatídica noticia.

Una vecina presume que Pichasaca se apresuró para reunirse con su pareja, quien migró hace dos meses y no veía por problemas entre familias. De esa relación hay un bebé de tres meses que quedó al cuidado de un tío materno.

Los viajes fueron pactados y financiados por familiares que están fuera del país, dijo la hermana de uno de los polizones fallecidos. Un coyote cobra USD 15 000 por el viaje de adulto y sobre los 20 000 a los menores de edad. Estos periplos inician con engaños porque les ofrecen viajes -sin visa- y ‘seguros’, dijo el concejal del cantón José Pizha. Él cree en la inocencia de los jóvenes porque venían de familias muy pobres, no eran sociables y apenas hablaban el español porque su lengua nativa era kichwa.

No podían saber qué avión y a qué hora iba a EE.UU., dónde podían esconderse y cómo ingresar a una zona restringida del aeropuerto internacional.

Pizha presume que los involucrados expusieron a los jóvenes para experimentar este tipo de viaje, como una nueva forma de llevar a los migrantes. William Murillo, de la organización privada 1800-Migrantes, también cree que alguien se aprovechó de la inexperiencia de los jóvenes para lucrar “porque es un viaje suicida. A 38 000 pies de altura no hay oxígeno y la temperatura llega a 50grados bajo cero”.

Los cuerpos de los jóvenes se velaron juntos: un día en la casa de los Pichasaca y otro donde los Chimbo. Autoridades del Municipio y vecinos de la comunidad colaboraron para cubrir algunos gastos de los velatorios. A las 10:00 se celebró la última misa en medio del dolor de familiares y amigos, y de allí fueron sepultados.