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9 de diciembre de 2016 12:54

El corazón de Chimbacalle

La biblioteca barrial es uno de los lugares íconos de la ciudadela. Allí, los vecinos, se reúnen y arman sus proyectos para sacar adelante a la barriada. Foto: Diego Pallero / ÚN

La biblioteca barrial es uno de los lugares íconos de la ciudadela. Allí, los vecinos, se reúnen y arman sus proyectos para sacar adelante a la barriada. Foto: Diego Pallero / ÚN

Redacción Últimas Noticias

Es una barriada de tradición ferroviaria y obrera. La mayoría de los pioneros de la actual Ciudadela México, el corazón de Chimbacalle, trabajó en lo que fue el primer parque industrial de Quito, pasando el río Machángara.

Así que la Caja del Seguro (hoy IESS) dio préstamos para vivienda a sus afiliados y los de la México se quedaron con el mote de: los del Seguro, los alzados...

¿La crema y nata del sur? No es cierto, dice Raúl Almendáriz, vicepresidente del lugar. Lo que sí es verdad es que la México era el último barrio del sur de Quito, pues la ciudad se acababa dos cuadras más arriba del Pobre Diablo, un punto donde estaba la primera parada del tren que iba hacia El Quinche. Además, era la esquina de los diablos Montoya.

Resulta que el abuelo de los Montoya, que era bueno para el trago, solía quedarse de largo y un día su familia lo buscaba para llevarlo a la casa, pero él senegó a que lo lleven y gritaba: “Déjenme en paz, yo soy un pobre diablo, no me anden cargando”. Así, la esquina quedó como Pobre Diablo.

La México tuvo de lo mejor. Hasta biblioteca; allí se podía leer: Lugar Natal, Mi Terruño... Y actualmente lo están transitando de biblioteca a barrioteca; para que el barrio se reúna allí. La biblioteca es la casa sostenida de mayor historia, antigüedad y presencia en el barrio.

Un nombre en honor a un país Historia

Era el año 1945 y a mediados de agosto, los vecinos de una nueva barriada del sur empezó a buscar un nombre. Coincidió que, por esos días, se celebraba el aniversario de México y así se bautizó al lugar, recuerda Bolívar Zaldumbide. Por esa razón, hasta la Embajada de México colaboraba para las fiestas. Meses después, también se acuñaron nombres emblemáticos de los ‘meros manitos’ a varios clubes de fútbol; por ejemplo, Club Puebla Júnior, en honor a la ciudad de Puebla; y el Mario Moreno (el eterno Cantinflas). Y no eran equipos cualquiera, el Puebla Júnior jugó en la Seria B y se midió con el Aucas. Raúl Almendáriz, vicepresidente del sector, cuenta que la primera directiva que se inscribió formalmente fue en 1973. Los límites del barrio comprenden la avenida Napo, Upano, Pisque y Alpahuasi.

El personaje

Augusto Aráuz tiene más de un siglo y recuerda el tráfico de la Napo. Foto: Diego Pallero / ÚN

Augusto Aráuz tiene más de un siglo y recuerda el tráfico de la Napo. Foto: Diego Pallero / ÚN

Un chulla de urcuquí pintó a los santitos quiteños

Tiene 101 años (31 de agosto de 1915) y sigue lúcido y elegante. Hasta para ver televisión, al caer la tarde, luce de traje, corbata y boina. Augusto Aráuz es un chulla bien vestido, llegado desde Urcuquí, provincia de Imbabura.

Estudió en Ibarra y se crío con un sacerdote. Aún maltón, se vino a Quito y con una beca estudió en Bellas Artes. Alumno aprovechado, fue un excelente dibujante y pintor.

Se decantó con el tema religioso, pero también sabe de escultura. No exponía sus obras, solo las vendía. Y con eso pudo vivir dignamente.

De cuando en cuando, la memoria le es ingrata, pero recuerda con toda claridad las escenas de cuando el ferrocarril pasaba por la Ciudadela México.

Antes de comprarse una casa en la zona, allá por el año 1950, vivía en La Tola, luego en San Blas. Cayó en la Ciudadela México porque una familia vendía su casa y él la compró.

Un tiempo laboró en el Instituto Geográfico Militar, en el Departamento de Archivo. Luego se dedicó a trabajar independiente y en la casa, obviamente pintando arte religioso.

Como era perfeccionista, poco o nada se involucró con las cosas del barrio; pero sí estaba atento a los detalles de cómo iba creciendo su ciudadela.

Recuerda que, en sus inicios, eran pite casas que les dieron a la gente que trabaja en el ferrocarril. Tras un tiempo, algunos de los pioneros vendieron sus predios.

Nunca fue farrero, cuenta, se dedicaba a su trabajo y a sus pinturas. Tuvo, lo reconoce, un carácter difícil. Y actualmente se dedica a recordar: “En la actual Napo había mucho tráfico por la llegada del ferrocarril y la Maldonado era muy concurrida de gente”.

La hueca

Miriam Pazmiño es la dueña de un lugar donde se degusta y conversa. Foto: Diego Pallero / ÚN

Miriam Pazmiño es la dueña de un lugar donde se degusta y conversa. Foto: Diego Pallero / ÚN

Café, morocho y empanada, todo con música y libros

Es un lugar especial, no tiene nombre aunque los vecinos de la Ciudadela México ya lo identifican como ‘la casa de la esquina’. Miriam Pazmiño es la dueña del espacio, ubicado entre las calles Paute y Jubones.

Allí, cuenta, se aprende a hacer el repulgado de unas deliciosa empanadas de queso y mixtas, luego se las degusta acompañadas con una taza con café negro y oloroso o con un vaso con morocho lleno de leche y una pizca de azúcar.

Y mientras se va el tiempo, de media tarde o entrando la noche, se charla de todo un poco: literatura, música, historia, leyendas... Incluso le puede entrar a la cantada y a contar los cachos. No hay censura de ningún tipo.

El local se abre, todos los días, de 17:00 a 20:30. Y los clientes llegan solitos, oliendo oliendo; los amigos de los amigos son los caseros fijos de ‘la casa de la esquina’.

Miriam admite que no es una cuestión de comercio. Por eso mismo, al inicio empezó como un espacio de café, así, a secas. Luego, entre los amigos, se preguntaba y ¿el acompañado? Así que apareció la idea de hacer las infaltables empanadas.

Quizá con el olor, o con el boca boca, la vecindad comenzó a llegar al local de Miriam. Luego arribaron los amigos de los amigos, y empezó a enseñarles cómo se hacen las empanadas. Y mientras las hacen, se entraba a la conversada que solo florece entre amigos.

En el local hay muchas revistas y libros, y los clientes-amigos hasta las pueden llevar para leer en casa. Luego las devuelven nomás. Es que es un espacio creado para que la esquina se convierta en la casa de todos.

La ciudadela méxico nunca pudo tener su propia fiesta

Este barrio no tiene ni fiesta patronal ni íconos de festividad. Nunca las tuvo, así que se pusieron a pensar cuándo y por qué celebrar. Y decidieron armar la fiesta para el 24 de julio; y les fue bien con la primera que se hizo. ¿Por qué esa fecha? Porque el hito de la llegada del ferrocarril (24 de julio de 1908) no puede pasar sin pena ni gloria. Y se juntan más barrios.

Hay dos tipos de problemas en este rincón del sureño
Se requiere mayor seguridad, pues el microtráfico de droga es lacerante. Hay tres o cuatro puntos conflictivos y la Policía ya les ha puesto el ojo. El otro problema es el lío de la movilidad de la Napo. “Estamos tan contaminados o peor que el Centro de Quito, porque está mal distribuida el uso del espacio del tránsito peatonal y de buses”, dice Raúl Almendáriz.