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27 de marzo de 2018 16:17

Los 'cucos' son católicos

De izquierda a derecha. Tomás Cuichán, Francisco Castro, Julio Noroya y Patricio Catota. Foto: Vicente Costales / ÚN

De izquierda a derecha. Tomás Cuichán, Francisco Castro, Julio Noroya y Patricio Catota. Fotos: Vicente Costales / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Las máscaras de diablos ya están sobre sus mesitas de noche. Todos los 26 integrantes de los Diablos de Alangasí están listos para salir en las procesiones que se arman por Semana Santa en esta localidad, ubicada a 20 kilómetros al suroriente de Quito.

Hasta un retiro espiritual con el curita de la parroquia tuvieron hace unos días. ¿Les echaron agua bendita? Tomás Cuichán, coordinador y el cuco más viejo del grupo, se ríe con ganas. Enseguida acota: “El diablo para ser diablo tiene que ser bueno, por eso el agüita bendita que nos echó el cura no hizo cortocircuito”.

Ellos se encargan de hacer una teatralización de la Semana Santa. Es decir, representar lo que sucede: muere el bien y, por un ratito, queda gobernando el mal. Y los diablos del pueblo se meten, en cuerpo y alma, en ese papel.

Así que a sus máscaras, con afilados cachos de cordero y de toro, las tienen a la manito; también sus túnicas rojas o negras. En la punta de la lengua el discurso para mostrar a la sociedad los pecados en los cuales incurre.

Esa letanía comienza el Jueves Santo, un día en el cual los lugareños recrean el Monte Calvario con carrizos y laurel, mientras que los diablos, en grupo de cuatro, rondan el parque.

El Viernes Santo ya se frotan las manos. Desde el barrio Jerusalén, a las 09:30, parte la procesión hacia el parque central; a lo largo de 3 kilómetros, se teatralizan los pasos de Jesús antes de la crucifixión. También le acompañan soldados, almas santas...

Julio Noroya lleva 15 años dentro del grupo Diablos de Alangasí.

Julio Noroya lleva 15 años dentro del grupo Diablos de Alangasí.

Los diablos se mofan, saltan en chulla pie viendo el drama de Cristo. Solo al llegar al pretil del templo huyen. Pero cuando el curita dice: “… y el mal se apoderó del mundo…”, los cucos orondos ingresan de un salto a la iglesia.

En la séptima palabra, cuando Jesús muere, los satanes se muestran desaforados. Y se adueñan del lugar (del mundo). Empiezan a festejar y con piruetas representan el triunfo del mal sobre el bien. Se hacen dueños y señores de todo hasta el Sábado de Gloria.

Ya el Domingo de Resurrección, Cristo vence la muerte y asciende. Y en pleno parque de Alangasí se hace la misa. Mientras, al otro extremo, los diablos se acomodan frente a una mesa llena de manjares. Se matan de la risa y se mofan de todo, hasta de la alegría por la Resurrección. Pero al final, los diablos huyen a guardar sus máscaras hasta el próximo año.

Toda esa escenificación la hacen con respeto y con dedicación desde hace más de 100 años, cuenta don Tomás Cuichán. Solo tras los cuatro días de euforia, los cucos alicaídos guardan la careta porque si no, el sueño será escaso y andarán medios ‘borrachos’.

Deben ser bien pilas con eso, alerta don Tomás. Clarito se les dijo cuando entraron a formar parte del grupo: hay reglas que deben ser cumplidas al pie de la letra y sin chistar... Una de ellas, la más seria, es que quien quiera ser diablo debe serlo, al menos, 12 años seguidos. ¿Por qué 12? Don Tomás responde: “Todo es 12: 12 granos, 12 apóstoles…”.

Un lugar dentro del grupo de diablos puede ser heredado, le puede pasar al hijo, al primo, al ahijado… Pero siempre y cuando pase una prueba con el coordinador del grupo, don Tomás.

Lo esencial es ser un buen católico, buen ciudadano, comedido vecino, buen padre de familia. Y si el aspirante es menor de edad, lo primerito es llegar de la mano de los taitas o abuelitos.

Julio Noroya llegó, a los 6 años de edad, de la mano de su abuelita materna. Actualmente, el joven tiene 21, es el más guambrito del grupo de diablos. Y su careta es una de las más ‘lindas’. Tiene cachos de toro y carnero; el cabello es de cabuya; le costó USD 100.

Superbarato, dice. Todo porque le hizo un pana de la agrupación. Si no, fregado; le tocaba desembolsar hasta USD 500 si lo hacía fuera de su pueblo natal.

Ya lleva 15 años de diablo; cuando era pequeño pensó que primero saldría de diablo y luego de turbante (blanco o negro) o cucurucho. Pero se quedó como diablo, y no solo por la fama que tienen sino porque cada día le enseña a ser una mejor persona.

Tanta fama tienen los diablos, que hasta a una calle que une el barrio de Ushimana con Jerusalén se llamará la Ruta de los Diablos. En el trayecto de 2 kilómetros se ubicarán unas caretas de 2 por 3 metros. Ya se escogieron los modelos que serán confeccionados por los artesanos del lugar. En agosto estará lista. Para el huasipichay se cursarán invitaciones a los diablos.

El ‘satán’ más guambrito

Tradición. Julio Noroya lleva 15 años dentro del grupo Diablos de Alangasí. Ingresó gracias a los buenos oficios de su abuelita; ella es querida porque es bien comedida con todo lo que se realiza en su tierra. Julio estudia Diseño Gráfico en la UTE. Y hace seis meses, tras un accidente, se tatuó la Virgen de Guadalupe en todo su brazo derecho. Es un ferviente católico.