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2 de diciembre de 2016 12:20

Fue la entrada a Quito

A un costado de la iglesia del barrio, los vecinos posan con mucha alegría. La Navidad, dicen, es la época que más se celebra y en la que revive la vecindad. Foto: Paúl Rivas / ÚN

A un costado de la iglesia del barrio, los vecinos posan con mucha alegría. La Navidad, dicen, es la época que más se celebra y en la que revive la vecindad. Foto: Paúl Rivas / ÚN

Betty Beltrán

El socavón. Así se conocía al lugar ícono del barrio San Bartolo. Estaba ubicado en plena esquina de la Urdaneta y Tomás Guerra, allá por los años 50. Era una tienda, pero más parecía imán, pues atraía a toda la vecindad.

Los más viejecitos no sabían cuál era la bondad de tanta convocatoria, hasta que un día descubrieron que la culpa era de un billar. Solo cuando la dueña falleció, el socavón cerró. Y hoy, en su lugar está una florería.

En aquel lugar se armaba desde un partido de fútbol hasta la elección del prioste de la próxima fiesta.

Cuando llegaba el farrón, rememora Raúl Armas, presidente del barrio, se engalanaba a la iglesia. No era para menos, pues los vecinos de los alrededores bajaban a la fiesta de San Bartolomé: “Era un santo bien milagrosito”, cuenta Beatriz Santamaría. Por eso le llevaban la bola de vacas locas y bandas de pueblo.

Actualmente, los más jóvenes de la barriada siguen reuniéndose en la esquina de la Urdaneta y Tomás Guerra, pero ya no en el socavón sino en un cerramiento y ahí la pasan desde las 19:00 hasta las 23:00, y luego -en santa paz- se marchan a sus casas. Aún es un barrio sano, dice Armas.

Otro lugar que trae recuerdos en San Bartolo es la casa de la Teodoro Gómez de la Torre y Tomás Guerra, pues allí se levantó la Cruz Roja de Quito durante la Guerra de los Cuatro Días.

Era la entrada del sur de quito

Historia Hace 70 años, el actual barrio San Bartolo tenía un par de casas de teja y pare de contar. Ni nombre tenía, hasta que ese puñado de vecinos decidió ponerle el del santo de la hacienda: San Bartolomé, cuenta la vecina Beatriz Santamaría.

Con los años quedó en San Bartolo. Antes de parcelar la zona, el terreno -que se extendía hasta lo que hoy es la Argelia Alta, era propiedad de Marco Tulio González. Era todo botado y había tres acequias; los guambras subían al monte para recoger leña. Las familias pioneras: Chiluisa, Pazmiño, Beltrán, Bohórquez, Olalla, Villacasa, Caisaluisa, Cañaveral, Fernández... El agua la tomaban de una enorme vertiente que nacía en lo que actualmente es el Colegio Técnico Sucre. ¿Y la luz? Con velas o lámparas de querosén. En los 60 llegaron las obras, lo primero fue pavimentar las calles empedradas.

De santo

La barriada comenzó como un anejo, pero importante porque era la entrada sur de Quito. Su gente sigue fiel a su santo: San Bartolomé. La juventud se reúne en el muro.

Gonzalo Caza Romero es el personaje infaltable de la barriada de San Bartolo. Foto: Paúl Rivas/ÚN

Gonzalo Caza Romero es el personaje infaltable de la barriada de San Bartolo. Foto: Paúl Rivas/ÚN

Es la biblia andandoy un ferviente colaborador

Tiene 83 años y todo ruido, por más pequeño que sea, le afecta al oído. Y por eso no puede escuchar con placer sus entrañables pasillos.

Don Gonzalo Caza echó raíces en San Bartolo desde pequeño. Toda su familia es nativa de la zona; solo su madre fue foránea, de Chimbacalle.

Es la Biblia andando, se sabe fechas y nombres de todo Dios que pasó por el barrio de su corazón. Cuenta, con emoción, que la primera casa que se hizo en el anejo de San Bartolo fue la de su hermano; para 1956 ya pudo levantar su casa, más arribita la de su hermano mayor.

Su espíritu colaborador y su “conciencia social” le motivó, comenta, a estar muy en contacto con la barriada. Fue varias veces dirigente y formó varios grupos de ayuda; hasta catequizó en el sector.

Siempre le gustó la justicia y actuar a lo derecho. Le encantaba los sermones de los curas del Verbo Divino. Eran su guía.

Con nostalgia recuerda que hasta los 15 años estuvo en la escuela. Solo en 1946, cuando falleció su padre, fue en busca de trabajo como peón en las construcciones. Laboró en lo que había, su afán fue cubrir las necesidades de sus ocho hermanos.
A los 18 años, junto con su primo, buscó un mejor trabajo. Le gustaba la mecánica; y tras un largo peregrinar encontró, en la calle América, un taller.

Por el año 1950 logró ingresar en la fábrica Internacional y ahí se jubiló, en 1985. Se dedicó a hilar.

No todo era trabajo, con el tiempo formó una escuela. Era un grupo de 60 personas. Y en la Villa Flora le prestaron un aula para los niños y como era los sábados, tenía libertad para dar clases.

Luego hizo un grupo de fe y política. No cree que “los cristianos deben estar cruzado de brazos y dejar pasar las cosas injustas que se dan en la sociedad”.
En el barrio no fue deportista, pero sí movilizó a los vecinos para todo lo que se ofreciera. Ahí se hizo conocer bastante. Fue coordinador de movimientos sociales; siempre fue pilas y supercolaborador para todo.

María Collahuazo es la actual propietaria del salón Aquí me quedo. Foto: Paúl Rivas / ÚN

María Collahuazo es la actual propietaria del salón Aquí me quedo. Foto: Paúl Rivas / ÚN

‘Aquí me quedo’es la hueca de la gente de San Bartolo

Aquí me quedo, así se llama el local que actualmente administra María Collahuazo, de 62 años. El puesto de tortillas con caucara ya tiene más de 60 años.

Todo empezó cuando su madre, mamá Maruja, abrió la puerta de uno de los cuartos de su humilde casa, ubicada entre las calles Tomás Guerra entre Manglaralto y Urdaneta. Y ahí puso un fogón.

El tiempo pasó y hace 30 años, cedió su puesto a una de sus hijas. Los años ya le pesaban. Actualmente, la anciana se mantiene solo como observadora del movimiento del negocio que se activa solo los domingos, de 07:00 a 11:00.
No se abre entre semana porque el tiempo no le da, cuenta doña María. Es que tiene que cuidar a su madre que ya está bien mayor. Y solo los domingos se dedica a la cocinada.

En el mercado El Camal se abastece de la materia prima para sus famosas tortillas con caucara; el platito cuesta USD 1,50.

Y madruga, desde antes de las 03:00, para preparar. El mismo viernes pela las papas, y su mamita Maruja da el visto bueno.

En San Bartolo hay otros negocios. El de la churera era clásico, porque allí se hacía la colada de churos. Pero, con el fallecimiento de la caserita mayor, el local está a medias.

La familia Cañaveral también le entró con esperanza al negocio de platos tradicionales. Las hijas de la pionera hacen caldo de pata y gallina, también tortillas. De repente hacen caldo de mondongo y solo cuando los vecinos que conocen lo piden expresamente.

Son locales nuevos, no de los antiguos. Así que el local Aquí me quedó les gana de largo la clientela.