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2 de agosto de 2019 10:36

Memoria viva en Santa Catalina Labouré

Jóvenes universitarios visitan a los abuelitos para documentar sus memorias. Fotos: Ana Guerrero / ÚN

Jóvenes universitarios visitan a los abuelitos para documentar sus memorias. Fotos: Ana Guerrero / ÚN

Ana Guerrero
(I)

Hay otra historia, la que no se cuenta desde las vivencias de los héroes ni presidentes renombrados. Esta se encuentra en el corazón del Centro de Quito, en el Hogar Santa Catalina Labouré.

En este espacio, por iniciativa de la Biblioteca del Museo de la Ciudad, se impulsa un encuentro intergeneracional.

Tres estudiantes de Historia de la Universidad Católica llegaron al hogar del sector de La Recoleta, a cargo de las Hijas de la Caridad, para escuchar, conversar, mirar e ir desempolvando los relatos. Se han encontrado con guapas anécdotas, como la de Alfonso, quien jura que vio de cerca a unos franceses bautizar a un Cristo sin nombre que había en el Centro.

Eliza Velata, responsable de la Biblioteca, alude al origen del proyecto: es parte de la actualización del concepto del museo para ir más de la mano con la comunidad y los procesos sociales de la capital.

Con los estudiantes, que realizan un proceso de vinculación con la colectividad, se regresa la vista a una realidad latente, que incluye sectores segregados de la sociedad. Y, de paso, la meta es sensibilizar a los propios jóvenes.

Una de las premisas es generar un intercambio de las memorias de los abuelitos con un grupo de niños. Este paso será, dice Velata, posiblemente en unas dos semanas. Una opción es que sean niños de barrios del sur, quienes visitarán a los adultos mayores e intercambiarán vivencias.

Las anécdotas serán plasmadas en una obra de teatro, en la que los guaguas serán los actores estrella.

La ejecución del proceso está en manos de Esteban López, Mauricio Tilinchano y Mateo Velastegui. Ellos acuden al hogar, bajito, tres veces por semana y comparten con abuelitos como Rosita Carrión, de 99 años; Angélica Noboa, 101; María Vizcaíno, 103 y Mercedes Tapia, 100.

70 adultos mayores viven en esta casa hogar del Centro Histórico.

70 adultos mayores viven en esta casa hogar del Centro Histórico.

Ellas hablan con un poco de dificultad, pero en sus pocas palabras comparten su dulzura. Una de ellas repite que tiene frío y una enfermera la arropa.

Para que vea que entre las paredes de la edificación, donde antaño se levantó una hacienda de una familia francesa, se albergan memorias de más de un siglo.

Como comparte Esteban, el hogar es un espacio para la consolidación de nuevas narrativas que no se construyen solo con los grandes personajes. “Nuevas versiones viejas de la historia”.

Sor Mariana Romero es la directora encargada y fue la primera titular del sitio, que ya tiene más de 25 años de trayectoria. Rememora que en el lugar, antes de albergar a adultos mayores, funcionaba la casa Santa Mariana de Jesús, para personas ciegas y sordas. Más de un músico salió del sitio, donde se recibía a pequeñitos.

Una hermana ecuatoriana que volvió de una labor en África fue la precursora de la obra en el actual hogar. La motivación fue ver a tantos abuelitos necesitados sin cuidado y sin hogar.

Actualmente, también reciben a adultos cuyas familias aportan algún valor, pero la mayoría es de personas en situación de vulnerabilidad. No faltan aquellos a quienes, apunta, los familiares les llevaron y se quedaron con sus propiedades... En total son 70.

En el hogar hay 10 Hijas de la Caridad. La directora tiene cerca de 80 años e ingresó a la comunidad religiosa poco antes de cumplir los 19. Es decir, va un largo trecho de su vida al servicio de los necesitados.

Uno de ellos es Manuel María Llantuy, de 68 años. Llegó al hogar luego de años de haber trabajado como repartidor de leche. Con el paso del tiempo se encontró sin un hogar fijo, pues, cuenta, sus hijos vivían lejos. Así que “pedía posada en el trabajo”.

En la casa que lo acogió desde hace tres años está pendiente de sus compañeros, le da una mano de gato al jardín, etc. Cuando llama a sus familiares sí le van a visitar.

Historias hay muchas para contar entre estos muros patrimoniales que, de paso, son el recordatorio de volver la vista a los abuelitos. Como repite la directora de la casa: “los hijos no deben olvidar el esfuerzo que hicieron por ellos”.