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29 de septiembre de 2022 21:26

La nueva generación del ponche.

Larga vida al ponche quiteño.

Larga vida al ponche quiteño.

María Alejandra Vélez

Nelly Ramacho tiene 20 años, estudia turismo y aprendió de su papá a preparar el tradicional ponche blanco. Cada sábado y domingo lo vende en Sangolquí desde las 09:00 hasta las 18:00. Es todo un oficio familiar.

Alexandra vendió bebida a personas de toda edad.

Con nostalgia y convicción, Nelly cuenta que su papito -Don Manuel- los educó con lo que obtuvo de vender ese postre criollo en la ciudad. “Trabajo solo los fines de semana porque de lunes a viernes estudio. Con lo que gano pago mi educación”, cuenta Nelly.

Ella ya está en el grupo de poncheros que son parte de la identidad quiteña.
La mayoría camina por las calles del Centro Histórico, donde venden vasos de USD 0,50 y 1. Se los reconoce por su uniforme de pantalón azul, camisa celeste y mandil blanco que les entrega la Asociación Magolita, a la que pertenecen y donde se reúnen una vez al mes para organizarse.

Justo hasta el Centro llegó Nelly el pasado miércoles, para venderles la bebida a la gente que llegó para presenciar los actos cívicos por el 10 de Agosto.

En la Asociación hacen un aporte mensual, con el que se ayudan si uno de los miembros se enferma o tiene una calamidad. Y ahora el grupo crece con nuevos expertos vendedores y vendedoras, como Alexandra Ramacho, hermana de Nelly, y parte de la nueva generación de poncheros.

La receta de la bebida la conoce de memoria. “Es a base de malta, azúcar y huevo”, dice la vendedora y agrega que cada día llega al Centro a las 10:00 para venderla. “Todos los días camino para llevar dinerito para el hogar hasta las 18:00”, dice Alexandra.

Ella ya va más de cuatro años vendiendo ponche y se siente feliz de formar parte del nuevo grupo de poncheros, en el que ya hay mujeres, algo que no era común años atrás.

“Ya somos poncheritos y poncheritas”, cuenta con una sonrisa.

Y es que el ponche tiene años de historia. Antes se procesaba como medicamento para curar la gripe y la tos, hasta convertirse en lo que es hoy. “Ya tengo mis clientes fijos los fines de semana, me gusta porque lo hacemos en familia. Es cansado, pero gracias a Dios mis clientes están”, menciona Nelly.

A Alexandra hasta le felicitan por salir a vender y eso, afirma, la motiva.
“Un ponche por favor”, le piden quienes ya conocen esta bebida o “cuénteme que es esto” preguntan los extranjeros al acercarse a las ‘poncheritas’ que también son llamativas para niñas y niños.

Alexandra cuenta que el secreto del sabor es mezclar y licuar todo muy bien. Se los sirve con un jarabe de mora o de frutos del bosque, según el gusto.

Este batido espumoso busca seguir en la historia junto a esta nueva generación de ‘poncheritas’ que realizan su labor con amplias sonrisas. Las nuevas vendedoras del ponche también son expertas en el tiempo ideal para vender el postre. Saben que si hay sol venden más vasos al día.

“Hay días más cansados por caminar bajo el sol, y otros que no vendemos mucho por la lluvia, pero ahí estamos”, expresa la joven y soñadora Nelly.

Las hermanas Ramacho tienen cuatro hermanos más y afirman que todos venden ponche. Hasta los tíos y primos. Por eso consideran que este trabajo no va a desaparecer y que seguirá en la historia de Quito, hoy con mujeres manejando los carritos.


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