Oficios tradicionales se mantienen en Quito

En Quito todavía hay quienes mantienen vivos los oficios tradicionales. Ellos llevan 'full' años en sus labores. Aquí tres historias de adultos mayores.
Fausto Tejada
Fausto tiene 85 años de edad y vive en el sur de la capital. Él recuerda que sus padres no tenían dinero para darle la educación completa, así que aprendió a hacer zapatos. Sin embargo, confiesa que no le gustaba ese oficio, entonces se inclinó por la confección de camisas.
De hecho, desde que salió de la escuela se dedicó a la textilería y trabajó en algunas fábricas de Quito. "Como empecé de adolescente, esto ha sido mi vida. Tengo un gusto para hacer estas cosas", dice Tejada.
Una vez que fue ganando reconocimiento por lo que hacía, se puso su propio taller en casa, en donde guarda máquinas de costura recta, oberloc, ojaladora y pegadora de botones que adquirió hace más de 40 años.
Hasta el día de hoy Fausto conserva camisas de diferentes tamaños y colores en su casa para en el caso de que alguien se anime a comprarle una ya hechita. Si bien él tiene sus clientes conocidos, también llegan a su casa nuevos rostros con pedidos.
Las camisas elaboradas cuestan USD 16 y si es que el cliente lleva la tela sale a USD 9. El dinero que gana representa una ayuda para su familia, pues él es jubilado y recibe una pensión.
A Tejada le gusta que todo quede perfecto cuando se trata de la confección de camisas. "Soy muy detallista en ese sentido", agrega. No por nada, tiene clientes de Pomasqui, Sangolquí y otros lados.
Marco León
Con 71 años, Marco tiene un tino impresionante para arreglar relojes. Él tiene una relojería en el Centro Histórico desde hace 36 años y cuenta que comenzó como aprendiz y operario de la mano de un maestro que tenía en Ibarra, quien le enseñó este oficio.
León aprendió a arreglar relojes de todo tamaño, marca y tipo (cuerda, automático y de pila). "El trabajo en la relojería es muy minuicioso, de mucha concentración", señala.
Los costos de las reparaciones o mantenimiento de relojes varía según el proceso que se realice o las piezas que haya que cambiar. Por ejemplo, una limpieza, lubricación y regulación le sale en unos USD 20. Aunque también depende del modelo y si el reloj es de marca, el valor asciende.
Incluso, hay relojes que tienen mucho tiempo de fabricación, como son los fabricados en los años 60 o 70, de los que ya casi no se encuentran los repuestos y no se los puede arreglar.
León tiene dos hijos y uno de ellos también aprendió el oficio junto a su padre. Se trata de Vinicio, de 42 años. "Lo que nosotros hacemos es mantener el reloj funcional y operativo para que las personas no se olviden de los recuerdo y del momento que fue adquirido el reloj", dice Vinicio.
Relojería León, como se llama el taller de Fausto, tiene fieles clientes de Loja, Chimborazo, Cotopaxi y otras provincias del país. Con decirle que hasta de España lo visitan.
Carlos Villagrán
Carlos vive en Guamaní, en el sur de la ciudad, pero es de Guano (Chimborazo). Él trabaja en una zapatería del Casco Colonial. Sus anteriores empleos también fueron en el Centro.
Villagrán recuerda que desde que salió de la escuela aprendió a fabricar alfombras, pantalones, chompas... Y hace unos 40 años que él hace zapatos. También cambia las plantas del calzado, arregla mochilas, carteras, pone cierres y todo lo relacionado con ello.
Para él, la zapatería es más que un oficio, es su sustento de vida. "Con esto he vivido, he hecho estudiar a mis hijos", cuenta.
Carlos también destaca que la zapatería ayuda a servir a la gente y eso es algo con lo que él admite se siente bien, a pesar de que no siempre su trabajado ha sido reconocido o valorado como quisiera.
"En esto de la zapatería hay gente que va conforme y otra que, en cambio, nos va hablando", menciona el hombre, quien no se olvida de una vez que hizo unos tacos para una mujer y ella se sintió inconforme con el resultado.
"Recuerdo que le hice unos labrados bonitos a su calzado para que no se resbale y la señora me fue hablando: Esa pendejada que me hace, dijo ella", comenta.
Villagrán, incluso, ha llegado a pensar que a los zapateros les tienen como la última rueda del coche cuando no debería ser así.
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