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27 de noviembre de 2019 12:04

La luz le llega ayudando al resto

Javier Caicedo basa su labor en la ayuda a sus compañeros y otras personas. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Javier Caicedo basa su labor en la ayuda a sus compañeros y otras personas. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Redacción Últimas Noticias
(I)

Desde pequeño sintió la vocación por servir, por ser aplicado y ayudar a sus compañeros. La meta, en lugar de decaer, se fortaleció luego de perder la visión, cerca de cumplir los 18 años. Javier Caicedo es psicólogo y uno de los dirigentes de la Sociedad de Ciegos de Pichincha.

El hombre de voz fuerte y sonrisa pronunciada tiene 41 años. Desde la sede de la organización en la que es presidente (e), en la Flores y Espejo, Centro de Quito, recuerda que desde pequeño fue bien dedicado en los estudios y vio en esa convicción la posibilidad de ayudar al prójimo.

En los barrios donde vivió, primero en San Roque, La Colmena y luego en la Ferroviaria, le entraba duro a las mingas para mejorar las condiciones de vida.
Hoy lo hace desde la capacitación para la inserción al mundo laboral de personas en distintas circunstancias, incluidas aquellas con algún tipo de discapacidad. Y, definitivamente, su historia se vuelve un impulso para muchas de estas.

Otro frente de trabajo es el desarrollo de actividades en la Sociedad, integrada por 30 personas con discapacidad visual, más tres voluntarias y tres en el área administrativa.

Tiene el objetivo clarito: que la comunidad conozca los potenciales de sus compañeros. Algunos son músicos, otros le entran a la tecnología y unos terceros, a la gestión. La Sociedad cumple ya 59 primaveras.

Para Javier, la vida cambió de rumbo a los 18 años, cuando perdió la visión. Fue una transición difícil, era seleccionado de básquet en el Colegio San Pedro Pascual. “Fue traumático. Tres años estuve en una profunda depresión”. Sus padres buscaron muchas alternativas, desde cirugías hasta remedios caseros.

Pero, dice, “cuando hay un camino definido en tu vida, hay que seguirlo”. Y así lo hizo, se dedicó duro al estudio. La vida siguió y llegó a ser funcionario público, en la época de la Ley de Inclusión Laboral. Sus ojos distinguen solo luz y oscuridad, pero su mundo se volvió más amplio.

Y para que vea que todo se puede, con ganas y harto ñeque, Javier cambió los partidos de básquet y el fútbol por los deportes extremos. Lo que aún es un sueño por cumplir es aprender a entonar algún instrumento. En la Sociedad tiene hartos referentes. Hay músicos con mucho talento, incluso directores de coros y orquestas.

Javier, además, tiene otras pasiones. Una de ellas es, sin duda, cocinar en familia, con su esposa y su hijo. Maribel Castellanos, la compañera de vida, echa flores a la lasaña que prepara su esposo. Sin pensarlo dos veces da fe de que le queda como para pedir nomás yapa.