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18 de febrero de 2020 09:08

Quito tiene exorcista oficial

El padre José Alberto Lizano muestra los artículos que usa para exorcizar demonios. Foto: Bettry Beltrán / ÚN

El padre José Alberto Lizano muestra los artículos que usa para exorcizar demonios. Foto: Bettry Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Va de hábito negro, es de estatura mediana, tiene 44 años y mucho carisma. Se llama padre José Alberto Lizano y es el exorcista oficial de Quito. Su misión: liberar las almas de las garras del demonio.

Actualmente, este guayaco de nacimiento está a cargo de la parroquia Chillogallo, en el sur de la capital, y, pese a ser nuevo en el cargo, los fieles ya lo quieren mucho, lo siguen, lo respetan... Y eso él se lo toma con humildad.

Tampoco se agranda por tener una amplia preparación académica e intelectual. El padre José Alberto lleva 14 años en el ministerio sacerdotal y seis de ellos los ha dedicado al trabajo en la pastoral de Quito; sin embargo, ya suma 27 años de experiencia en esta rama del exorcismo.

Sus estudios eclesiásticos los realizó en Loja: cuatro años los dedicó a la Teología y tres a la Filosofía. Fue en esta ciudad donde conoció a Salvatore di Modica Justo, un sacerdote siciliano que fue el exorcista de la Diócesis de Loja. Él se convirtió en su gran iniciador en los misterios de las ‘tinieblas’.

Cuando le preguntan si existe la demonología, el padre José Alberto responde que sí. Dice que es una ciencia que se habla específicamente de la acción del demonio, el ángel caído que quiso igualarse a Dios.

Esa rama pastoral surgió en el 2000, en el Vaticano, para hacer frente, desde su perspectiva, a prácticas como el shamanismo, la santería, la brujería... Incluso hay una Asociación Internacional de Exorcistas (AIE), fundada en 1990 por el sacerdote Gabriele Amorth, quien probablemente fue el exorcista más célebre del mundo.

Para el 2014, la AIE fue reconocida jurídicamente por el Vaticano al recibir el visto bueno de la Congregación para el Clero. Actualmente cuenta con cerca de 250 exorcistas presentes en unos 30 países.

El padre José Alberto es uno de ellos, y desde el 2016 ha realizado más de
4 000 intervenciones, de ese total 15 fueron exorcismos, incluso con levitaciones, según afirma. El resto corresponde a casos derivados de situaciones psicosomáticas, obsesiones, paranoias.

El padre José Alberto Lizano muestra los artículos que usa para exorcizar demonios. Foto: Bettry Beltrán / ÚN

Foto: Bettry Beltrán / ÚN

Tiene un ojo clínico, dice, para saber quién está poseído. En esa tarea le ayuda un equipo conformado por psicólogo, médico y grupo de oración (a veces hasta un sociólogo). Cuando detecta una patología mental, lo envía al doctor correspondiente, solo actúa cuando mira lo que consideran “rasgos demoníacos”.

En esos casos, el padre José Alberto aclara que requiere de unos 45 minutos para sacar al ‘cuco’ de una persona. Esas intervenciones deben ser en un lugar santo (iglesia) y en privado, y si es antiguo, mejor.

En todo el país habrá, confirma el padre José Alberto, seis exorcistas oficiales y nueve auxiliares (colaboradores); o sea, en Guayaquil, Loja y Portoviejo hay un oficial y tres auxiliares, respectivamente; mientras que, en Cuenca, Yaguachi y Quito solo hay un oficial en cada lugar.

De lo que se conoce, la capital ha tenido tres exorcistas oficiales: Manolo Rodríguez, padre de la iglesia Santa Clara de San Millán; Gustavo Riofrío, párroco de El Sagrario; y ahora el padre José Alberto (antes franciscano y ahora diocesano), de Chillogallo.

¿La iglesia católica requiere más exorcistas? Antes de responder, el padre José Alberto puntualiza que para tener esa distinción se requiere carisma y don especial para enfrentarse al demonio. No es fácil, pues no solo es cuestión de una preparación teológica, sino también un estudio social.

Además, el sacerdote exorcista tiene que ser “docto, de oración, cauto, prudente, de mucho testimonio y gozar de buena reputación”. Según el derecho canónico, todos los sacerdotes ordenados pueden ejercer; y quien lo designa es solo el obispo o las cabezas de las arquidiócesis.

Para hacer un exorcismo siempre hay que estar en ayuno, en oración y sin ninguna falta moral o espiritual. Primero hay que hacer una invocación en latín, para que el alma sea liberada; luego persignarse varias veces y bendecir el agua y la sal.

Para sacar al embrujado, el padre se ayuda con una cruz de madera con un crucifijo y medalla de San Benito, compuesta por un material de hierro y níquel. La guerra espiritual también se enfrenta con un rosario pequeño.

En la frente del poseído se untan los santos óleos; en unos frascos de vidrio guarda aceite catecumenal, consagrado en Jueves Santo. En ocasiones con una sesión es suficiente y, posteriormente, el feligrés debe participar de un proceso de seguimiento cristiano en su parroquia.

Para evitar estos casos, el padre José Alberto dice a la gente que si tuviera “alguna señal del demonio” debe acudir a su parroquia y comentarle al párroco. Él es el primero en percibir algún mal fuera de lo común y luego llama a la curia o directamente al exorcista.