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3 de diciembre de 2019 09:35

El reloj de los dominicos resucitó

Pastor Carrera tiene 40 años de experiencia y dice que arreglar el reloj alemán de 1921 es un honor. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Pastor Carrera tiene 40 años de experiencia y dice que arreglar el reloj alemán de 1921 es un honor. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Santo Domingo ya tiene a su reloj de torre vivito y sonando. Hace tres meses lo resucitaron de su largo silencio.

Por el año 2009 había callado, porque quien lo cuidaba había fallecido.

Desde aquel entonces, el enorme aparato de factura alemana y fabricado en 1921 ya no daba la hora y seguía llenándose de polvo y animales muertos. Pastor Carrera, el técnico relojero que lo volvió a la vida, encontró murciélagos, palomas y mariposas sin vida.

Este tipo de máquinas son carísimas y delicadas, el viento es su peor enemigo porque seca sus partes, el polvo también es plaga ya que se pega en los piñones y comienzan a remorderse una y otra vez. La humedad, de igual forma, las afecta porque el agua puede salpicar a su “corazón”.

Todos esos males tenía el aparato teutón, pero las hábiles manos de don Pastor, de 54 años, lo pusieron a punto en un dos por tres. Sus 40 años de experiencia le sirvieron para trabajar en tiempo récord.

Ha arreglado hartos relojes de pulso, de pedestal, de pared, de cuarzo…, pero este es el primero de torre grande. Lo hizo con solvencia porque, como don Pastor admite, “más duro es arreglar los guagua relojes, porque tienen muchas piezas, que uno de grandes dimensiones”.

El conflicto con los langarotes está en corregir las piezas originales que, obviamente, se desgastan con el tiempo; en el caso del aparato de Santo Domingo la tarea fue ardua, primero porque se dio una buena engrasada. También se reconstruyeron las ruedas de varias dimensiones, las poleas de las pesas…

Tras esa labor, la máquina está dando bien las horas y los cuartos de hora. Y los vecinos de las inmediaciones (La Loma, San Marcos, San Sebastián…) nuevamente se acoplan al sonido de las campanas.

Para que todo sea automático, don Pastor ultima los arreglos del motor, el cual permitirá que las poleas suban y bajen solitas. O sea, sin que el técnico esté, cual palomo, encaramado en el pequeño cuartito de máquinas.

También se dio una mano a las caras del reloj que están en la punta más alta de la cúpula del templo dominico: lubricó los piñones de la esfera que tiene 1,70 metros de diámetro y los punteros. Ese trabajo puntual sí tuvo que hacerlo con la ayuda de un par de compañeros del oficio.

Después de este trabajo de vértigo, lo que resta es cuadrar el proceso de mantenimiento que se tendrá que dar dos veces a la semana; de allí que, don Pastor espera que esa tarea también se la encarguen, porque, dice: “ya sé dónde están sus puntos débiles y fuertes, y hay que cuidarlo como guagua tierno”. Para esa tarea se usa aceite de auto y grasa para máquinas especiales.

En breve sugerirá que se cierren las ventanas del cuarto de máquina porque, insiste, “el viento seca rapidito el aceite”. Eso sí, por nada del mundo sacará el cuadro de la imagen de San Vicente Ferrer que permaneció, por décadas, mirando a la máquina alemana que volvió a la vida.