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12 de junio de 2019 10:50

La Ronda tiene a su último orfebre

Germán Campos es de Quito y tiene su taller en La Ronda; allí atiende de lunes a domingo. Foto: archivo / ÚN

Germán Campos es de Quito y tiene su taller en La Ronda; allí atiende de lunes a domingo. Foto: archivo / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Es un hábil orfebre. Uno de los últimos que queda en el Centro Histórico. Se llama Germán Campos (Quito, 1961) y se siente orgulloso de su estirpe de artesano. Su padre le enseñó los secretos del oficio.

Hace cinco años, a través del proyecto Quito Turismo, instaló su taller en La Ronda; es el único de la zona. Allí pasa de lunes a domingo y los turistas que alcanzan a conocerlo salen maravillados con el arte de este hombre que creció en el barrio La Recoleta.

Sus raíces son de la provincia de Chimborazo; sus padres hicieron maletas y se vinieron a buscar fortuna en la capital, siempre con el arte de la joyería. Como su padre tenía los cinceles, junto con su hermano mayor empezó en el repujado.

En la Escuela República Argentina estudió con afán, aunque las notas no le acompañaban. En el colegio, solo llegó a segundo año y mejor se decantó por el oficio que llevaba en las venas y heredó de sus antepasados. Le fascinaba la transformación de los metales en objetos bellos…

Así fue como, a los 16 años, dejó la educación formal e incursionó en la pintura, en la escultura en la miniatura… En la orfebrería hay muchas cosas por aprender.

En La Recoleta trabajó junto con su padre y con su hermano; el trío se hizo conocidísimo del Centro. Allí, Germán fue aprendiendo los trucos del arte de la joyería y de la platería. Como era ducho para el dibujo, el oficio le llegó profundo.

El siguiente paso fue obtener una beca de un centro artesanal a escala latinoamericano que tenía convenios con Italia. Sus atributos artísticos -modelado en cera, en esmalte a fuego- le permitieron ganar un puesto y se fue a Cuenca. Sus compañeros de curso eran de Colombia, Bolivia y Perú.

Fue un autodidacta y para afinar su técnica siempre estaba metido en las iglesias para ganar la perfección de sus obras en repujado. Cuando conoció al artista Jorge Viteri, de San Antonio de Ibarra, se apasionó más de su profesión.

Con la guía y los consejos del maestro, Germán se impulsó para seguir con el dibujo. Actualmente es un duro en esa rama y le saca facilito un modelo.

Siempre se va marcando retos, y los ha ido cumpliendo. Un mascarón de plata es su gran orgullo, pero no más que las alas y una diadema de una Virgen de 1,20 metros que la Conferencia Episcopal Ecuatoriana le obsequió al papa Juan Pablo II.

Con la orfebrería se pueden hacer muchas cosas: joyería, cincelado, estilo precolombino, plateresco… Y como se ha diversificado, pasa en su taller entretenido y cuando entran los gringos se quedan encantados y de ahí que le ponen maravillas en el cuaderno que tienen para que le dejen alguna letra o consejo.

Tiene cuatro hijos, los dos mayores saben de repujado como para defenderse. Y el menor hace los trabajos precolombinos y repujados en bronce.

Pero los planes de sus vástagos van por otras disciplinas, y mejor porque, como dice Germán, esto de la orfebrería es como las olas del mar: a veces pequeñas y a veces grandes, pero casi siempre pasivas.