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27 de enero de 2017 12:48

Un SOS en la Matovelle

La casa es amplia y está muy deteriorada; en las paredes hasta líquenes están creciendo. Foto: Betty Beltrán / ÚN

La casa es amplia y está muy deteriorada; en las paredes hasta líquenes están creciendo. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán

Su casona antigua ronca y por las noches, él no pega los ojos. Pasa en vela y con un miedo que le crispa los nervios. Será acaso por eso que no puede dejar de gemir y sus ojos están rojos y aguados. Las emociones hacen, a cada rato, agua. Carlos Sambache pide a gritos que le ayuden.

La vivienda de este hombre de 75 años de edad está “al airito” y con el riesgo de que se venga a bajo, de aquello ya alertaron las autoridades municipales.

La cubierta del predio, ubicado en la calle Matovelle Oe3-31 entre Vargas y Venezuela, está en pésimas condiciones. Quedó sentida con el temblor del 2014 y empeoró con el remezón de abril del 2016, y allí las autoridades sugirieron que salga “todo el mundo” de la casona patrimonial.

Los primeritos en irse fueron los inquilinos (dos familias); luego la esposa de don Carlos, pues con el susto tuvo un infarto y le recomendaron trasladarse a la Costa.

Por eso se fue a Quevedo, junto a uno de sus cuatro hijos (dos de ellos viven en España). En la casona solo se quedó el patriarca y el tercero de sus hijos; los dos hombres tienen discapacidad.

Para mantenerse, el hijo trabaja en el Gobierno de Pichincha, en el departamento de Archivo; y don Carlos tiene una pequeña lavandería. Una miseria, según sus palabras, para cubrir las necesidades que tiene: al mes suele sacar 150 dólares con ese trabajo, pero el pasado diciembre no llegó a completar ni los 25, asegura.

El inmueble de tres pisos tiene más de 60 años y permaneció, por algún tiempo, cerrado a cal y canto; y solo hace 18 años, los herederos decidieron venderla a don Carlos, a un precio -dice- de 150 millones de sucres.

Desde que el predio pasó a sus manos tuvo problemas de goteras. Así que pidió a un ahijado suyo y de profesión albañil que le eche una mano. Así pasaron los años, pero hace tres semanas el ahijado se sinceró con don Carlos y le dijo: “es la última vez que me subo al techo, porque está de miedo. Muy peligroso”.

Así que cuando llueve , cuenta don Carlos, “las goteras resuenan por toda la estancia. Y por la noche como que crujen las maderas. Pasan los carros y toda la casa se mueve; yo casi no duermo. Vivo con el corazón en la boca, tengo mucho miedo”.

La ayuda llegó del lado municipal y está por ingresar al programa 50/50. Sus hijos le dijeron que “como quiera” verán el dinero para pagar la mitad del importe de la nueva cubierta. Espera que eso se concrete rápido y pueda recobrar el sueño perdido.